EN PIE DE GUERRA

Tienes 26 años y continúas viviendo en casa de tus padres. Hace ya tiempo que terminaste los estudios. Tu primera experiencia en el mundo laboral, exceptuando algunas noches de verano en el bar de tu pueblo, fueron tres meses de prácticas por los que no cobraste ni lo que te costaba ir al trabajo en el transporte público. Se suponía que estabas allí sólo para aprender, pero en realidad trabajabas como una empleada más. Cuando se terminó el periodo de prácticas y llegó el momento de hacerte un contrato (para algo habías estado haciendo esas malditas horas extras) se deshicieron de ti con una sonrisa amable. “Nos encantaría contratarte, pero en este momento no nos lo podemos permitir. Pero si las cosas van mejor no dudes que te llamaremos”.

Fue una mierda, pero no te desanimaste. Era tu primer trabajo, y todo el mundo sabe que los comienzos son difíciles, pero que luego todo va a mejor. Como no encontrabas nada de lo tuyo, empezaste a trabajar en aquella cadena de pan y frutos secos que tiene una tienda en cada esquina de la ciudad. Te hicieron un contrato temporal, de tres meses. Estaba bien. No ganabas mucho dinero, pero hasta que te saliera otra cosa te daba para pagarte tus gastos y tus caprichos. Lo único malo eran las horas extras que te obligaban a hacer algunos días y que luego no te pagaban nunca. Cuando fuiste a preguntar, te dijeron que lo mirarían, pero no hubo ningún cambio en tu nómina. Volviste a quejarte una vez más, de forma más insistente. Poco después te quedaste sin trabajo. No cobraste ninguna indemnización porque simplemente no te habían renovado el contrato.

En los últimos años has tenido varias experiencias parecidas. Algunos trabajos han sido mejores que otros, pero ninguno ha durado mucho. Has llegado a tener cuatro contratos en un año y de ninguno te fuiste voluntariamente. Aunque menos mal que te despidieron en aquella tienda de ropa. No aguantabas más al imbécil de tu jefe, pero no podías irte porque perderías el poco paro al que tenías derecho.

Ahora llevas ya tiempo trabajando en un sitio que no está del todo mal, y te estás planteando irte a vivir por tu cuenta. Por supuesto, el salario no te alcanza para vivir en tu propio apartamento, tendrás que alquilar una habitación. Aunque no es algo que te moleste. Estás deseando dejar de vivir con tus padres y quizás hasta podrías compartir el piso con tu novia y alguna otra amiga. Sin embargo, no te atreves a dar el paso. Tienes un contrato temporal y pronto acabará el periodo máximo hasta el que puede extenderse. En ese momento, la empresa tendrá que decidir si te contrata de forma indefinida o te deja en la calle hasta que te puedan volver a hacer un contrato temporal. No sabes lo que pasará, así que no puedes arriesgarte a irte de casa. Tendrás que seguir viviendo con la incertidumbre, al menos durante unos meses más.

Este pequeño relato no es real, pero está basado en hechos reales. Gran parte de la juventud de este país podría sentirse identificada con los hechos que describe. La estafa de las prácticas no remuneradas, los abusos laborales, la temporalidad, la falta de oportunidades, la imposibilidad de emanciparse o simplemente de planificar tu vida y tu futuro por no poder alcanzar ningún tipo de estabilidad son cosas que nos resultan cercanas a todas. La incertidumbre y el desconcierto constante. Las vidas a la deriva.

Desde PURNA creemos que ha llegado la hora de alzar la voz contra la precariedad, una precariedad que no sólo se limita al ámbito laboral, sino que alcanza todos los planos de nuestras vidas. Según el Observatorio de Emancipación del CJE, más del 48% de los y las jóvenes de Aragón tienen un contrato temporal,  y más del 23% están en paro. Mientras que los alquileres suben un 7% de media, sólo un 21% de las y los jóvenes menores de 30 años están emancipados. Además, las mujeres se llevan la peor parte, con más de un 29% de tasa paro, un 25% de subocupación y un 51% de temporalidad.

Pero la precariedad no es sólo cifras. Es el sentimiento de inutilidad que te llena cuando llevas meses y meses en paro o con contratos precarios e insatisfactorios, la frustración por no alcanzar las expectativas que nos han sido impuestas por el discurso neoliberal (ya sabemos: si fallamos es siempre porque no nos hemos esforzado lo suficiente), y la inseguridad permanente de no saber si al mes que viene vas a poder pagar el alquiler. La precariedad es la desesperación, el miedo a quejarte de las condiciones laborales abusivas por miedo a perder el trabajo, es la desesperanza que invade nuestras vidas y también el altísimo porcentaje de depresión y enfermedades mentales que hay entre las personas jóvenes.

Sabemos que nada de esto es natural, “inevitable”, o consecuencia de nuestra propia negligencia. Son las normas del juego capitalista, un juego que no hemos elegido, sino que nos han impuesto unos pocos. Desde que se comenzó a implantar el neoliberalismo, las clases trabajadoras hemos visto cómo empeoraban más y más nuestras condiciones laborales y vitales, a la vez que una pequeña élite ha hecho crecer sus beneficios exponencialmente. La precariedad que vivimos no es fruto de una crisis desafortunada o imprevista, sino la expresión de la ofensiva de las clases dominantes.

Por todo ello, sólo vemos una solución. Es la hora de que la juventud se organice, de que se sindique en masa, de que forme asambleas, colectivos, organizaciones. Ha llegado el momento de alzar la voz y plantarse. El momento de que los y las jóvenes impugnemos por completo este sistema y nos declaremos en pie de guerra.